4.
?Yo soy pintor!
2da Parte
Lo
que más temía Judy de mi decisión y lo que le era de
mayor urgencia, era la difícil situación económica que de seguro atravesaríamos
una vez llegara el momento en que dejaba el salario y la seguridad de mi
trabajo de ejecutivo de empresa. Pragmáticamente sabia, intuitiva y amplia de
educación, bien conocía ella las improbabilidades del éxito que acompaña la
carrera de artista y lo susceptible que es a los problemas económicos. Cuando realizó
de que lo de ser pintor era en serio, su mayor preocupación fueron nuestros
hijos, su manutención, el mantenerlos en la costosa escuela zoneita
en que estaban y el estado general del hogar. Desde que llegué casado con Judy de San Francisco California y Charissa
de un año y piquito, yo había sido el sostén económico del hogar. Ahora, algo
asustada, y con cierto resentimiento, realizó que a ella le tocaría buscar
empleo, y preferiblemente en la Zona del Canal con los americanos para asegurarle
la educación del excelente sistema escolar en que yo estuve hasta los trece
años.
Yo
no tenía ilusiones de que ganar dinero como pintor sería fácil. No tenía como
predecir qué tiempo me tomaría llegar al estado de suficiencia económica, si
acaso. Pero no quería que el precio de mi felicidad fuese el seguir siendo el
único proveedor económico de la familia, especialmente cuando al darme cuenta
de la opción de vérmelas como artista, supe enseguida que era un llamado
auténtico. Le traté de explicar a Judy que con la
vocación por el comercio no me identificaba con la misma naturalidad que sentía
por el arte, con todo y el largo abandono en que lo tuve. El arte era parte de
mi. Lo único que necesitaba era darle salida y que eso era solo cuestión de tiempo.
Sabía que el tener que buscar empleo le sería difícil, pero a la larga le
tendría sus recompensas, como en efecto lo tuvo.
Me
había llegado el momento de aceptar de que ya no quería llevar la vida de
comerciante. Desde mi temprana adolescencia el comercio me había sido poco
atractivo, a pesar del bien intencionado adoctrinar de mi padre, que con
regularidad nos inculcaba a mi hermano y a mi de que éramos los futuros
custodios del legado empresarial que pensaba dejarnos y por el cual trabajaba
tan duramente desde su silla de ruedas.
"Una
vez completan la secundaria", nos decía papá, "los incorporaré en la empresa y
pronto comenzarán a hacerse cargo de sus propios futuros". Con todo y lo que le
escuchaba decirnos, nunca me atrajo el mundo de lo mercantil. Y él y mi madre
lo notaban.
El
mundo terminó dándome muchas vueltas. Irónicamente terminé siendo ejecutivo de
empresa sin querer queriendo, como diría Chespirito.
A finales del ?67, apenas meses de haber llegado a Panamá de California, me vi
a los 23 años tomando la rienda de las empresas. Las circunstancias de la salud
de mi padre y la precaria situación financiera en que se encontraban las
compañías que había dirigido él siendo inválido, con la ayuda de mi tío y
hermano, me obligaron a que tomara cargo de ellas.? Mi hermano había renunciado a su trabajo con
mi padre tras una discusión acalorada de las muchas que tenían, y después, tras
el golpe militar que derrocó a Arnulfo Arias a 11 días de su administración,
paró en el exilio. Mi tío no tenía la madera necesaria de carácter para llenar
el vacío de liderazgo en la empresa. No me quedó otra que asumir el control de
la situación.
Le
propuse al dueño mayoritario de las sociedades que me considerara para la
jefatura de las empresas, pero en reemplazo de mi padre. Como accionista
minoritario y director de la sociedad, papá se sentía todavía en control. Yo
necesitaba quitarlo del camino para poder ejercer el liderazgo necesario y
rescatar el negocio de su tambaleante estado. Jean, joven francés, grande y pálido
de tez y dueño del 80% de las empresas, hijo del Sr. Dutú
quién inicialmente las fundó con mi padre, tenía por costumbre llegar una vez
al año desde Paris por un par de semanas o menos a ver como iban las empresas y
planificar para el siguiente año. Ese viaje no era de esos. Le había pedido que
viniera en medio año para reportarle lo que había descubierto en los libros que
puse al día pronto a mi regreso de California. Sentado en su escritorio frente
a mi, con su par de vidrios de aumento que usaba de espejuelos, revisó en
detalle los libros y cuentas durante dos días sin decir mucho. Cuando terminó,
le era obvio que el crítico estado en que encontró las empresas requería
urgentemente una mano administrativa firme y decidida para que se compusiera la
situación.
Lo
que le había propuesto esencialmente era que me permitiera comandar el intento
de hacer lo que era necesario para enderezar lo que iba mal. Mis apenas 23 años
le hacían difícil la decisión al tímido heredero treintañero de entregarme el
liderazgo de sus negocios. Yo no contaba con experiencia alguna en el manejo de
empresa. Para ayudarlo a decidir entrevistó a Judy privadamente
para obtener información sobre mi carácter y el tipo de persona que era. A los
pocos días me nombró Director Ejecutivo.?
Fue
cuando pasamos a darle la noticia a mi padre de su destitución, paso nada
agradable ni fácil para mi, ni para mi viejo, pero sabía que era por el bien de
todos que había tomado esa acción. Papá ya estaba bastante enfermo y requería
atención médica frecuente. Necesitaba quedarse en casa para recibir el cuidado
que merecía la enfermedad hepática que padecía y que finalmente terminó de? manera triste con
su vida.
Así fue entonces que me di a la tarea de sacar a las empresas del
borde de la bancarrota, y encaminarlas hacia una productividad que hiciera
valer la pena no solo todo el trabajo que era requerido, sino también para
justificar la triste remoción de mi padre del escenario empresarial que durante
tantos años de trabajo había sido suyo. Se vio obligado a aceptar la
humillación de entregar sus veinte por ciento de las acciones de la sociedad
que le había otorgado su amigo el señor Dutú para
compensar al hijo por las consecuencias que sus errores le habían causado a las
compañías. Me propuse a redimir el nombre de mi padre. El había trabajado
tanto, junto con mi madre, antes de que se divorciaran, para montar las
empresas que a sus cargos le había dado Dutú, acto
que le agradecieron especialmente porque mi papá estaba recién inválido por su
accidente de cacería a sus 25 años, y la estaban pasando duro.
Mi régimen de trabajo al frente del negocio no varió en cinco años.
Siete días a la semana trabajaba día y noche, trabajaba los domingos y hasta en
vacaciones dándole duro a las exigentes responsabilidades y obligaciones de
manejar la empresa y motivar a un equipo de trabajadores que aun me veían como
el pequeño Pully que llegaba a la oficina cuando niño
y que vieron crecer con los años.? Pasé
media década en ese tren. A mi hijita, a quién le había dedicado cantidades de
tiempo y atención en su primer año, ahora le racionaba una parte del poco
tiempo que me sobraba.
Pero
el sacrificio y los esfuerzos comenzaron a dar frutos enseguida. Limpie del
inventario las existencias de mercancía vieja y la de poca productividad. Organice
el flujo de trabajo en la oficina. Despedí a personal que me obstaculizaba. Introduje
exitosamente en Panamá la marca de cosméticos y cremas de tratamiento Orlane, colocándola rápidamente en el mercado al nivel de Lancôme, Estée Lauder, Revlon y Elizabeth Arden.
En el Caribe donde vendíamos Orlane y la perfumería
Jean D?Albret el trabajo de mejoramiento de imagen y
ventas usando consejeras de belleza traídas de Europa reportó rápidamente un
crecimiento en ventas perdurable. Esto era confirmado por el posicionamiento
estratégico en las estanterías y mostradores que los clientes le daban a
nuestra línea.
Con
un par de años de buenos resultados que comprobaban mis capacidades, me atreví
proponerle a Jean que recompensara mis esfuerzos con un arreglo de participación
en las utilidades netas que reportaría la empresa en el futuro. Eso me
estimularía a mantener el buen trabajo, le dije. Pero eso era solo parte de la
razón. El objeto final de mi plan era de eventualmente recuperar el 20% que
devolvió mi padre en humillación...y finalmente crear las condiciones para
exigir la mitad. Sería la redención completa de los errores de mi papá?pero una
que nunca me sería posible celebrar con él. Justo cuando ya comenzaba en 1969 a
ganar dinero y confiar en la promesa que me deparaba el futuro, mi viejo
sucumbió finalmente a lo inevitable de su enfermedad. Tenía 53 años.
Con
su fallecimiento me había quedado solitario al mando de las empresas que
irónicamente el nunca había realmente adueñado.?
Mi hermano quién había dejado su buena cuota de sudor en ellas, siguió
en el exilio por deseo propio, haciendo vida y familia nueva, primero en Costa
Rica y después en Honduras. En un viaje que hizo a Guatemala en 1996 él también
moriría a los 53. Un infarto cardíaco le terminó una vida de exceso de licor,
cigarrillos y disturbios en lo interno de su alma emocional. Mi tío, por su parte,
quien había trabajado con mi padre desde que terminó su secundaria, en una
rabieta que tomó conmigo cuando era yo su director, renunció. También, en
circunstancias lamentables similares a las de Roly,
pasaría a su propio final años después de yo dejar el comercio.
Para mi, el abandono que sentía con la falta de mis familiares mayores
que de niño consideré modelos de Pretto a seguir solo
tenía una respuesta. Decidí no ponderar mucho sobre el vacío y lo triste que me
hacía sentir el residuo de sus pasares por mi vida. Así que, agarrándome de la
fuerte disposición para el trabajo que tenía del legado de los tres, eché de
frente con la tarea de forjar mi nueva carrera de ejecutivo de empresa.? Hice uso del ejemplo y de la inspiración y la
compensación monetaria justa y generosa para motivar a mi equipo de trabajo a
que me acompañara a ver cómo hacíamos para salir adelante juntos.
Me
fue regio?pero solo por unos pocos años, hasta que la recesión económica de la
era Carter, cuando se vivió el extraño fenómeno de recesión e inflación a la
vez, descarriló el impulso del progreso. El efecto inflacionario afectó los
precios en dólares de la clase de mercancía que representábamos, subiéndolos
drásticamente.? El encarecimiento instigó
a los fabricantes de productos de marcas de prestigio a considerar la
eliminación de intermediarios distribuidores. Así podían contener al menos un
poco del impacto multiplicador sobre los precios que estaban causando la
inflación y el cambio monetario.
Para
el fabricante la idea de convertirse en distribuidor de sus productos
directamente a los almacenes del Caribe que nosotros abastecíamos, se hacía más
atractivo y posible por las nuevas tarifas de flete que ofrecían las líneas de
carga área. Aunque el despacho por avión era más caro que el marítimo, el
recargo en los precios era absorbible y realmente no? hacia más caro el precio al detal del
producto.? La rapidez en el despacho de
la mercancía y su pronta llegada a las tiendas al detal directo del fabricante
que la entrega aérea hacia posible, eliminaba la
costosa necesidad de que el distribuidor manejara y mantuviera existencias de
inventario adecuadas durante largos períodos de tiempo. Además, con el despacho
directo el fabricante le aseguraba al detallista que sus pedidos serían
llenados de manera más completa. Y, claro, el fabricante se quedaba con parte
al menos del margen de ganancia del intermediario. Eso en si mantendría
en cierto control el alza excesiva de los precios.
Por
alguna razón que nunca comprendí y nunca me supo explicar, Jean no había
asegurado el territorio del Caribe que servíamos de Orlane
y Jean D?Albret con el acostumbrado contrato de
distribución exclusiva. Con él hubiese evitado la cruzada que nos hizo el
fabricante de quitarnos de la noche a la mañana el mercado que durante 5 años
mis esfuerzos ayudaron a desarrollar con tanto trabajo y anticipación. Estaba
contando con recibir por segundo año mi tajada del 15% de las utilidades que
vendrían en su mayor parte del producto de las ventas del cosmético y perfume a
los lucrativos mercados del Caribe. Centro América estaba próximo en mi lista
de plazas a desarrollar. Cuando le cuestioné el porqué no había tomado muchos
años antes la precaución de un contrato de distribución exclusiva,
me respondió tener una aversión a los controles que exigirían los fabricantes a
cambio. Yo tenía otro parecer.
La
misma postura anacrónica de Jean la había tenido su padre?y el mío pensaba
igual. Papá nos la había planteado a mi hermano y a mi con cierto orgullo como
política a seguir. Desde fundadas las empresas el Señor Dutú
clandestinamente abastecía a mi padre de marcas que no nos correspondía
distribuir. Jean siguió en los mismos pasos. Con ese criterio ha debido parecerle
incongruente la necesidad de valerse de un arreglo de exclusividad. Esa poca
visión mercantil no le dejó ver de que el orden de
cosas en la comercialización de artículos de consumo estaba transformándose
rápidamente en respuesta a los cambios que los avances tecnológicos en los aviones
de propulsión a chorro trajo al mundo del embarque de carga.
Para
nuestro mercado doméstico panameño sí contábamos con protección, pero
indirectamente, gracias a la iniciativa de terceros. Siendo sus actividades
comerciales principalmente la de servicios, el sector de representantes y
distribuidores necesitábamos de la seguridad de la exclusividad para protegernos
de fabricantes deseosos de servir el mercado directamente y de competidores
como mi padre que infiltraban el mercado a su perjuicio. En 1969 los
principales distribuidores del país se palanquearon del gobierno militar de
Panamá el decreto de gabinete N? 344, el cual regulaba las indemnizaciones por
la cancelación de la distribución exclusiva de productos. Al menos les saldría
caro al fabricante si era de prevalecer en su intento.?
Yo
estaba a favor del decreto, pero el mercado de Panamá, solo, no representaba el
potencial de ingreso que yo ambicionaba y que me sería muy posible alcanzar en
un par de años. Sin la distribución de Orlane y Jean D?Albret la empresa en Zona Libre comenzó a sufrir nuevas
pérdidas?y con ellas el lustre que una vez tuvo para mi el negocio. En un abrir
y cerrar de ojos había sido borrado el producto de cinco años de trabajo
constante; todo ese esfuerzo en espera del futuro que estábamos labrándonos Judy y yo, y donde había sacrificado el crítico tiempo de
los primeros añitos de mi hija. Me costó recuperarme del shock y realizar el
enorme costo de lo perdido y que la razón de su pérdida no era culpa mía,
aunque sí lamentaba el haberme obsesionado tanto con el trabajo a expensas de
mi familia y lo mío.
Jean, por su parte, no ofrecía soluciones o alternativas para asegurar
una recuperación que contrapesara el golpe financiero que había sufrido la compañía.
Bajo la presión de la urgencia, hice una serie de intentos infructuosos para
ver cómo compensábamos la pérdida de nuestro mercado principal con la traída de
nuevas marcas y desarrollar otros mercados. También invité a que me asistiera y
formara parte del proceso de recuperación a un joven ejecutivo que trabajaba
con Motta Internacional en Zona Libre que un amigo me había presentado. Con Steve
llegué a entablar una profunda amistad de hermandad. Confiado de que la
inyección en las dolientes empresas de su dinámica y brillante mentalidad
comercial sería útil para recuperarnos, lo invité a que hiciéramos un pacto de
socios al 50%.? Usaríamos de trampolín la
organización existente de las empresas que dirigía yo para promover estrategias
y planes de negocio frescos y potencialmente lucrativos. A Jean no le quedaría
otra que aceptarlo. Si no, estaba dispuesto a irme y responder a los sondeos
que me estaban haciendo en Motta para trabajar con ellos, cosa que me daba
escalofríos, porque no me veía trabajando en un lugar con jefes, en especial
los Motta. Les tenía admiración y mucho respeto y los conocía bien, pero no me
veía trabajando bajo su control. Pero
era una opción que tenía entre otras, si las circunstancias lo exigían.
Steve
y yo compaginamos perfectamente. Pronto nos encontramos trazando e impulsando
nuevas iniciativas de mercadeo. Así como nuestro criterio comercial, se
complementaban nuestras personalidades. Nos convertimos en uña y carne,
formando rápidamente una amistad auténtica de hermandad. Hermoso y guapo joven
que era, de cabello castaño y ojos claros, de gran corazón?y soltero, se la
pasaba en nuestra casa, como en familia, especialmente los fines de semana,
cuando llegaba con un pastel nuevo de
la mano cada vez. Mis hijos lo querían mucho.
Steve
tomó cargo de las ventas de las compañías y juntos preparábamos planes y
estrategias para impulsar el negocio y hacer dinero. Fue un período de gran
dinamismo empresarial y fascinante camaradería entre nosotros. Por un tiempo
parecía que el entusiasmo por el comercio me había regresado. Pero el progreso,
si acaso, con nuevas marcas se tornó lento y las recompensas económicas
necesarias que se esperaban no llegaban con la prontitud deseada. Fue necesario
tomar nuevas acciones y abrirnos a oportunidades fuera de lo ordinario para ver
si algo nos daba el impulso necesario.?
La
oportunidad la dio una oferta de Motta a Steve para que les abriera y manejara
el mercado de Cancún cuando este estaba en pleno nacimiento. Steve lo discutió
conmigo, y acordamos que sobre los grandes hombros de la institución Motta
aprovecharíamos la presencia de Steve en Cancún para desarrollar clientela para
lo nuestro. Las posibilidades para el comercio eran tales que decidimos hacer
un viaje juntos a Cancún con Judy de asistente para
estudiar los potenciales de mercadeo que observaríamos y conocer al hijo de la
contraparte mexicana de los Motta quién manejaría junto con Steve las oficinas
y la bodega en Cancún.?
Sin
la presencia de Steve en Panamá tuve que tomar cargo de nuevo de toda la
administración y las ventas de las compañías. Eso no me llamaba para nada la
atención. No obstante, diariamente, hacía el esfuerzo de hacer acto de
presencia en la oficina y ejercer algo de liderazgo, que mis empleados notaban
no era como el de antes.
Un
día en Colón, yendo de regreso a casa en mi moto Yamaha Trail
de 250cc, con Judy montada en el asiento trasero, se
me cruzó de la nada un pelao en bicicleta. Al tratar
de esquivarlo, dimos Judy y yo contra el pavimento de
la calle. Ella salió ilesa, pero yo quedé con una fisura de fractura en el
fémur. El accidente resultó en hito para mi prolongado estado de desánimo y
desinterés con el comercio. Me agarré de la escusa de la incapacidad que me
recetó el médico para no ir al trabajo. La semana de la ausencia prescrita se
tornó en dos y yo la extendí a tres.? En
casa hacía lo mínimo de trabajo de gerencia por teléfono. Y cuando al fin
regreso a la oficina, en muletas y con el cabello alargado y barba, el
encuentro con la puerta de entrada me hizo realizar la fobia que le había
cogido a mi trabajo y a todo lo que representaba.
Deprimido
y con pierna enyesada, quería permanecer en casa para seguir inmergido en la
lectura de filosofías, de las puertas de percepción de Aldous
Huxley, Carl Jung, Herman Hesse, Alan Watts, Krishna Murti y otros pensadores de los tiempos que hablaban de los
más elevados estados de conciencia que estaban a nuestro alcance con la
meditación y ciertas prácticas depuradas de ataduras a lo material y los deseos
innecesarios.
Me
fue difícil seguir yendo al trabajo. En busca de otros aires que respirar
aproveché una invitación a la ciudad de Nueva York de parte del director de
mercadeo de Orlane-Jean D?Albret
para que habláramos del futuro del mercado de Panamá. Me fui con el yeso y
muletas. Ese viaje también resultaría en un hito de cambio, pues regresé más
convencido que nunca que ya no me atraía el comercio de artículos de consumo y
el insensato apego al fin de hacer dinero.
Para
colmo, lo de Cancún no duró mucho.? Un
grave error de juicio de parte de Steve terminó con su encarcelamiento en
México, y no por algún delito que haya cometido, si no por represalia del socio
Mexicano de los Motta quién se había emputado con Steve. Trabajar para los
Motta y el Mexicano lo llegó a frustrar tanto que tomó
la decisión unilateral de renunciarles para asociarse, en competencia, con un
comerciante de la localidad. Los poderosos comerciantes consideraron el acto de
Steve una traición. Haciendo uso de sus conexiones políticas en su estado de
Yucatán, el Mexicano inició un proceso de acusaciones
serias contra Steve de las que no pudo defenderse y terminó en prisión.
Cuando
recibí la noticia que había sido encarcelado, me movilicé enseguida para ver
como sacarlo de allí?y rápidamente. A como diera lugar tenía que evitarle un
encarcelamiento prolongado. El daño personal podía serle inmenso.
Me
cité con el Motta que lidiaba directamente con el Mexicano
para apelarle, como buen amigo que habíamos sido en un tiempo, que por favor
intercediera con su socio mexicano y me ayudara a que soltaran cuanto antes a
Steve por razones obvias. A los pocos días viajé, primero a Cancún para conocer
y entrevistarme con el comerciante local con que Steve se había
infortunadamente asociado. Una vez obtuve algún sentido de lo que se trataba lo
penal de su condena, fui en auto a Mérida para entrevistarme personalmente con
el Mexicano. Fui dispuesto a ser transparente y franco
con él tipo, para ver si lograba de él la compasión necesaria que estaba
dispuesto a suplicarle si necesario. Estaba preocupadísimo por Steve.
Me
citó en su casa, en realidad su mansión, y antes de verlo tuve que pasar por
dos filtros de guarda espaldas quienes me registraron para ver si portaba arma.
Nos presentamos y me pidió me sentara en el sofá frente al sillón en que
procedió él a sentarse. No recuerdo qué exactamente le dije al tipo, pero
recuerdo haberme sentido que tenía mi corazón en mis manos cuando le hablé y le
pedí que me hiciera el favor de enviarme a Steve a Panamá. Que el no volvería a
México, le daba mi palabra de ello, como se la había dado a mi amigo Motta.
Sin
más que hablar sobre el tema de Steve, aproveché unos minutos adicionales para
conversar e intercambiar cortesías y exponerle aspectos transparentes de mi
personalidad para que se hiciera una mejor idea de con quién estaba realmente
lidiando. A los pocos minutos me despedí y regresé a Cancún y de allí directo a
Panamá. Más nunca regresé.
A la
semana después de mi regreso a Panamá, me llamó el amigo Motta para decirme que
habían liberado a Steve y que pronto estaría regresando. Sentí un profundo
alivio y solté algunas lágrimas al sentirlo. Poco después llamó el amigo
hermano, anunciándome que estaba camino a casa.
No
me había sido necesario pagarle un centavo a nadie, y no tuve que hacer uso de
abogado alguno ni de terceros en mi mediación con los que tenían que ver con el
encarcelamiento de mi querido amigo. La improbabilidad de su temprana
liberación me convenció que definitivamente estábamos entrando en la era de
Acuario de paz y amor—las dos virtudes de nuestra humanidad de las cuales me había
agarrado para rescatar a mi amigo de su peligro.?
Desde un viaje de negocios que hice a las Bahamas unos años antes, me
había dispuesto devotamente al cultivo de los principios de la nueva era. Con
esos postulados de fondo, lo logrado con Steve reafirmó mi empeño en cambiar mi
estilo y propósito de vida. Creía fielmente en que la práctica sincera de
virtudes humanistas como las promulgadas por los Hippies y John Lennon, podía
lograr lo que nos aparenta ser imposible. En mi caso, fui prueba viviente de
que dos personas con propósitos en aparente conflicto encontraran armonía y las
bondades del samaritanismo, por voluntad propia. Y no
fue alguna creencia religiosa de mi parte que me motivó la fe de que el Mexicano y yo lograríamos entendernos a ese nivel. El
optimismo en lo que me había propuesto a tratar de lograr estaba arraigado
exclusivamente en la sensatez de los principios filosóficos del movimiento New Age que me
inspiraban. Sentía que mi alma y sabiduría estaban bien encaminadas.
Steve
me llegó de México con el ánimo abatido y con necesidad de sanear sus
prioridades. El ideal que nos había unido y hecho socios en un principio
carecía ahora del optimismo necesario para que subsistiera. Aunque procuramos
darle arranque a uno que otro proyecto, ya el asunto entre los dos no tenía el
brillo de antes. Pero seguimos junto un rato. Yo tenía que estar seguro que se había recuperado lo suficiente de los efectos de su
experiencia en prisión y todo ese amargo capítulo de Cancún.
En
cuanto a mi, el rechazo que sentía por la actividad empresarial y de la
comercialización de mercancía ahora se me hacía más hondo. Encontraba la
importancia que se le daba a las marcas de renombre de mercancía frívola y totalmente
innecesaria y hasta contraproducente para el verdadero crecimiento y maduración
de la persona. Judy sentía igual. Paradójico que era
precisamente el mundo socio-económico en que existíamos.
El entusiasmo que ya no tenía lo pretendía por verme todavía comprometido con
mis obligaciones cómo Director Ejecutivo de las empresas de Jean. Era una
encrucijada amarga en la que me sentía atrapado. No me gustaba para nada el
trabajo conque me mantenía a mi y a mi familia, pero no tenía idea qué hacer
para cambiar la situación. Las tensiones de mi contradictoria existencia se
pronunciaron y comencé a sufrir nuevas rachas de depresión.
Todo
ese pasado de bruscos arranques hacia nuevos rumbos—mi compulsiva ida a Dallas
para no perder a mi amada, el súbito traslado a San Francisco para respirar
aires sociales más libres, el adelantado regreso a la patria para acudir el
llamado del deber con mi padre—parecía incapaz de aportarme respuestas que
resolvieran mi angustia de no saber para donde coger. No tener mi futuro
enfocado en un llamado claro, en una meta contundente, comprometido en la
conquista de un nuevo horizonte de grandes retos personales, me tenía al punto
de la desesperación. Era dado al fuerte trabajo por naturaleza, pero necesitaba
el clamar del clarín de la aventura para entregármele con el mismo ahínco con
que había manejado los otros cambios bruscos y radicales a que en el pasado me
había lanzado.
Todo
ese enredo personal interno en que estaba y que había sentido por tanto tiempo,
cuajó y encontró al fin su cauce redentor en ese momento de espontánea
liberación que sentí en la ducha cuando me redescubrí como artista.? Al encontrar el camino perdido de mi vena
artística, los faros de mi futuro que por un tiempo estuvieron apagados,
volvieron a dar su luz. Sus fulgores de gracia revelaron el largo sendero de
promesa que me esperaba. A partir de ese momento me dediqué al firme propósito
de aprender a vivir mi vida como si la estuviera viendo a través del lente
creativo, consciente de que su historia se desenvuelve con cada paso dado, y
que el grado de su colorido en mi andar por ella, como su protagonista
exclusivo, y su desenvolvimiento, dependen de la tónica de mi participación en
la película que relatará su transcurso.
<< anterior | siguiente >> |