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?Yo soy pintor!

2da Parte

 

Lo que más temía Judy de mi decisión y lo que le era de mayor urgencia, era la difícil situación económica que de seguro atravesaríamos una vez llegara el momento en que dejaba el salario y la seguridad de mi trabajo de ejecutivo de empresa. Pragmáticamente sabia, intuitiva y amplia de educación, bien conocía ella las improbabilidades del éxito que acompaña la carrera de artista y lo susceptible que es a los problemas económicos. Cuando realizó de que lo de ser pintor era en serio, su mayor preocupación fueron nuestros hijos, su manutención, el mantenerlos en la costosa escuela zoneita en que estaban y el estado general del hogar. Desde que llegué casado con Judy de San Francisco California y Charissa de un año y piquito, yo había sido el sostén económico del hogar. Ahora, algo asustada, y con cierto resentimiento, realizó que a ella le tocaría buscar empleo, y preferiblemente en la Zona del Canal con los americanos para asegurarle la educación del excelente sistema escolar en que yo estuve hasta los trece años.

Yo no tenía ilusiones de que ganar dinero como pintor sería fácil. No tenía como predecir qué tiempo me tomaría llegar al estado de suficiencia económica, si acaso. Pero no quería que el precio de mi felicidad fuese el seguir siendo el único proveedor económico de la familia, especialmente cuando al darme cuenta de la opción de vérmelas como artista, supe enseguida que era un llamado auténtico. Le traté de explicar a Judy que con la vocación por el comercio no me identificaba con la misma naturalidad que sentía por el arte, con todo y el largo abandono en que lo tuve. El arte era parte de mi. Lo único que necesitaba era darle salida y que eso era solo cuestión de tiempo. Sabía que el tener que buscar empleo le sería difícil, pero a la larga le tendría sus recompensas, como en efecto lo tuvo.

Me había llegado el momento de aceptar de que ya no quería llevar la vida de comerciante. Desde mi temprana adolescencia el comercio me había sido poco atractivo, a pesar del bien intencionado adoctrinar de mi padre, que con regularidad nos inculcaba a mi hermano y a mi de que éramos los futuros custodios del legado empresarial que pensaba dejarnos y por el cual trabajaba tan duramente desde su silla de ruedas.

"Una vez completan la secundaria", nos decía papá, "los incorporaré en la empresa y pronto comenzarán a hacerse cargo de sus propios futuros". Con todo y lo que le escuchaba decirnos, nunca me atrajo el mundo de lo mercantil. Y él y mi madre lo notaban.

El mundo terminó dándome muchas vueltas. Irónicamente terminé siendo ejecutivo de empresa sin querer queriendo, como diría Chespirito. A finales del ?67, apenas meses de haber llegado a Panamá de California, me vi a los 23 años tomando la rienda de las empresas. Las circunstancias de la salud de mi padre y la precaria situación financiera en que se encontraban las compañías que había dirigido él siendo inválido, con la ayuda de mi tío y hermano, me obligaron a que tomara cargo de ellas.? Mi hermano había renunciado a su trabajo con mi padre tras una discusión acalorada de las muchas que tenían, y después, tras el golpe militar que derrocó a Arnulfo Arias a 11 días de su administración, paró en el exilio. Mi tío no tenía la madera necesaria de carácter para llenar el vacío de liderazgo en la empresa. No me quedó otra que asumir el control de la situación.

Le propuse al dueño mayoritario de las sociedades que me considerara para la jefatura de las empresas, pero en reemplazo de mi padre. Como accionista minoritario y director de la sociedad, papá se sentía todavía en control. Yo necesitaba quitarlo del camino para poder ejercer el liderazgo necesario y rescatar el negocio de su tambaleante estado. Jean, joven francés, grande y pálido de tez y dueño del 80% de las empresas, hijo del Sr. Dutú quién inicialmente las fundó con mi padre, tenía por costumbre llegar una vez al año desde Paris por un par de semanas o menos a ver como iban las empresas y planificar para el siguiente año. Ese viaje no era de esos. Le había pedido que viniera en medio año para reportarle lo que había descubierto en los libros que puse al día pronto a mi regreso de California. Sentado en su escritorio frente a mi, con su par de vidrios de aumento que usaba de espejuelos, revisó en detalle los libros y cuentas durante dos días sin decir mucho. Cuando terminó, le era obvio que el crítico estado en que encontró las empresas requería urgentemente una mano administrativa firme y decidida para que se compusiera la situación.

Lo que le había propuesto esencialmente era que me permitiera comandar el intento de hacer lo que era necesario para enderezar lo que iba mal. Mis apenas 23 años le hacían difícil la decisión al tímido heredero treintañero de entregarme el liderazgo de sus negocios. Yo no contaba con experiencia alguna en el manejo de empresa. Para ayudarlo a decidir entrevistó a Judy privadamente para obtener información sobre mi carácter y el tipo de persona que era. A los pocos días me nombró Director Ejecutivo.?

Fue cuando pasamos a darle la noticia a mi padre de su destitución, paso nada agradable ni fácil para mi, ni para mi viejo, pero sabía que era por el bien de todos que había tomado esa acción. Papá ya estaba bastante enfermo y requería atención médica frecuente. Necesitaba quedarse en casa para recibir el cuidado que merecía la enfermedad hepática que padecía y que finalmente terminó de? manera triste con su vida.

Así fue entonces que me di a la tarea de sacar a las empresas del borde de la bancarrota, y encaminarlas hacia una productividad que hiciera valer la pena no solo todo el trabajo que era requerido, sino también para justificar la triste remoción de mi padre del escenario empresarial que durante tantos años de trabajo había sido suyo. Se vio obligado a aceptar la humillación de entregar sus veinte por ciento de las acciones de la sociedad que le había otorgado su amigo el señor Dutú para compensar al hijo por las consecuencias que sus errores le habían causado a las compañías. Me propuse a redimir el nombre de mi padre. El había trabajado tanto, junto con mi madre, antes de que se divorciaran, para montar las empresas que a sus cargos le había dado Dutú, acto que le agradecieron especialmente porque mi papá estaba recién inválido por su accidente de cacería a sus 25 años, y la estaban pasando duro.

Mi régimen de trabajo al frente del negocio no varió en cinco años. Siete días a la semana trabajaba día y noche, trabajaba los domingos y hasta en vacaciones dándole duro a las exigentes responsabilidades y obligaciones de manejar la empresa y motivar a un equipo de trabajadores que aun me veían como el pequeño Pully que llegaba a la oficina cuando niño y que vieron crecer con los años.? Pasé media década en ese tren. A mi hijita, a quién le había dedicado cantidades de tiempo y atención en su primer año, ahora le racionaba una parte del poco tiempo que me sobraba.

Pero el sacrificio y los esfuerzos comenzaron a dar frutos enseguida. Limpie del inventario las existencias de mercancía vieja y la de poca productividad. Organice el flujo de trabajo en la oficina. Despedí a personal que me obstaculizaba. Introduje exitosamente en Panamá la marca de cosméticos y cremas de tratamiento Orlane, colocándola rápidamente en el mercado al nivel de Lancôme, Estée Lauder, Revlon y Elizabeth Arden. En el Caribe donde vendíamos Orlane y la perfumería Jean D?Albret el trabajo de mejoramiento de imagen y ventas usando consejeras de belleza traídas de Europa reportó rápidamente un crecimiento en ventas perdurable. Esto era confirmado por el posicionamiento estratégico en las estanterías y mostradores que los clientes le daban a nuestra línea.

Con un par de años de buenos resultados que comprobaban mis capacidades, me atreví proponerle a Jean que recompensara mis esfuerzos con un arreglo de participación en las utilidades netas que reportaría la empresa en el futuro. Eso me estimularía a mantener el buen trabajo, le dije. Pero eso era solo parte de la razón. El objeto final de mi plan era de eventualmente recuperar el 20% que devolvió mi padre en humillación...y finalmente crear las condiciones para exigir la mitad. Sería la redención completa de los errores de mi papá?pero una que nunca me sería posible celebrar con él. Justo cuando ya comenzaba en 1969 a ganar dinero y confiar en la promesa que me deparaba el futuro, mi viejo sucumbió finalmente a lo inevitable de su enfermedad. Tenía 53 años.

Con su fallecimiento me había quedado solitario al mando de las empresas que irónicamente el nunca había realmente adueñado.? Mi hermano quién había dejado su buena cuota de sudor en ellas, siguió en el exilio por deseo propio, haciendo vida y familia nueva, primero en Costa Rica y después en Honduras. En un viaje que hizo a Guatemala en 1996 él también moriría a los 53. Un infarto cardíaco le terminó una vida de exceso de licor, cigarrillos y disturbios en lo interno de su alma emocional. Mi tío, por su parte, quien había trabajado con mi padre desde que terminó su secundaria, en una rabieta que tomó conmigo cuando era yo su director, renunció. También, en circunstancias lamentables similares a las de Roly, pasaría a su propio final años después de yo dejar el comercio.

Para mi, el abandono que sentía con la falta de mis familiares mayores que de niño consideré modelos de Pretto a seguir solo tenía una respuesta. Decidí no ponderar mucho sobre el vacío y lo triste que me hacía sentir el residuo de sus pasares por mi vida. Así que, agarrándome de la fuerte disposición para el trabajo que tenía del legado de los tres, eché de frente con la tarea de forjar mi nueva carrera de ejecutivo de empresa.? Hice uso del ejemplo y de la inspiración y la compensación monetaria justa y generosa para motivar a mi equipo de trabajo a que me acompañara a ver cómo hacíamos para salir adelante juntos.

Me fue regio?pero solo por unos pocos años, hasta que la recesión económica de la era Carter, cuando se vivió el extraño fenómeno de recesión e inflación a la vez, descarriló el impulso del progreso. El efecto inflacionario afectó los precios en dólares de la clase de mercancía que representábamos, subiéndolos drásticamente.? El encarecimiento instigó a los fabricantes de productos de marcas de prestigio a considerar la eliminación de intermediarios distribuidores. Así podían contener al menos un poco del impacto multiplicador sobre los precios que estaban causando la inflación y el cambio monetario.

Para el fabricante la idea de convertirse en distribuidor de sus productos directamente a los almacenes del Caribe que nosotros abastecíamos, se hacía más atractivo y posible por las nuevas tarifas de flete que ofrecían las líneas de carga área. Aunque el despacho por avión era más caro que el marítimo, el recargo en los precios era absorbible y realmente no? hacia más caro el precio al detal del producto.? La rapidez en el despacho de la mercancía y su pronta llegada a las tiendas al detal directo del fabricante que la entrega aérea hacia posible, eliminaba la costosa necesidad de que el distribuidor manejara y mantuviera existencias de inventario adecuadas durante largos períodos de tiempo. Además, con el despacho directo el fabricante le aseguraba al detallista que sus pedidos serían llenados de manera más completa. Y, claro, el fabricante se quedaba con parte al menos del margen de ganancia del intermediario. Eso en si mantendría en cierto control el alza excesiva de los precios.

Por alguna razón que nunca comprendí y nunca me supo explicar, Jean no había asegurado el territorio del Caribe que servíamos de Orlane y Jean D?Albret con el acostumbrado contrato de distribución exclusiva. Con él hubiese evitado la cruzada que nos hizo el fabricante de quitarnos de la noche a la mañana el mercado que durante 5 años mis esfuerzos ayudaron a desarrollar con tanto trabajo y anticipación. Estaba contando con recibir por segundo año mi tajada del 15% de las utilidades que vendrían en su mayor parte del producto de las ventas del cosmético y perfume a los lucrativos mercados del Caribe. Centro América estaba próximo en mi lista de plazas a desarrollar. Cuando le cuestioné el porqué no había tomado muchos años antes la precaución de un contrato de distribución exclusiva, me respondió tener una aversión a los controles que exigirían los fabricantes a cambio. Yo tenía otro parecer.

La misma postura anacrónica de Jean la había tenido su padre?y el mío pensaba igual. Papá nos la había planteado a mi hermano y a mi con cierto orgullo como política a seguir. Desde fundadas las empresas el Señor Dutú clandestinamente abastecía a mi padre de marcas que no nos correspondía distribuir. Jean siguió en los mismos pasos. Con ese criterio ha debido parecerle incongruente la necesidad de valerse de un arreglo de exclusividad. Esa poca visión mercantil no le dejó ver de que el orden de cosas en la comercialización de artículos de consumo estaba transformándose rápidamente en respuesta a los cambios que los avances tecnológicos en los aviones de propulsión a chorro trajo al mundo del embarque de carga.

Para nuestro mercado doméstico panameño sí contábamos con protección, pero indirectamente, gracias a la iniciativa de terceros. Siendo sus actividades comerciales principalmente la de servicios, el sector de representantes y distribuidores necesitábamos de la seguridad de la exclusividad para protegernos de fabricantes deseosos de servir el mercado directamente y de competidores como mi padre que infiltraban el mercado a su perjuicio. En 1969 los principales distribuidores del país se palanquearon del gobierno militar de Panamá el decreto de gabinete N? 344, el cual regulaba las indemnizaciones por la cancelación de la distribución exclusiva de productos. Al menos les saldría caro al fabricante si era de prevalecer en su intento.?

Yo estaba a favor del decreto, pero el mercado de Panamá, solo, no representaba el potencial de ingreso que yo ambicionaba y que me sería muy posible alcanzar en un par de años. Sin la distribución de Orlane y Jean D?Albret la empresa en Zona Libre comenzó a sufrir nuevas pérdidas?y con ellas el lustre que una vez tuvo para mi el negocio. En un abrir y cerrar de ojos había sido borrado el producto de cinco años de trabajo constante; todo ese esfuerzo en espera del futuro que estábamos labrándonos Judy y yo, y donde había sacrificado el crítico tiempo de los primeros añitos de mi hija. Me costó recuperarme del shock y realizar el enorme costo de lo perdido y que la razón de su pérdida no era culpa mía, aunque sí lamentaba el haberme obsesionado tanto con el trabajo a expensas de mi familia y lo mío.

Jean, por su parte, no ofrecía soluciones o alternativas para asegurar una recuperación que contrapesara el golpe financiero que había sufrido la compañía. Bajo la presión de la urgencia, hice una serie de intentos infructuosos para ver cómo compensábamos la pérdida de nuestro mercado principal con la traída de nuevas marcas y desarrollar otros mercados. También invité a que me asistiera y formara parte del proceso de recuperación a un joven ejecutivo que trabajaba con Motta Internacional en Zona Libre que un amigo me había presentado. Con Steve llegué a entablar una profunda amistad de hermandad. Confiado de que la inyección en las dolientes empresas de su dinámica y brillante mentalidad comercial sería útil para recuperarnos, lo invité a que hiciéramos un pacto de socios al 50%.? Usaríamos de trampolín la organización existente de las empresas que dirigía yo para promover estrategias y planes de negocio frescos y potencialmente lucrativos. A Jean no le quedaría otra que aceptarlo. Si no, estaba dispuesto a irme y responder a los sondeos que me estaban haciendo en Motta para trabajar con ellos, cosa que me daba escalofríos, porque no me veía trabajando en un lugar con jefes, en especial los Motta. Les tenía admiración y mucho respeto y los conocía bien, pero no me veía trabajando bajo su control.  Pero era una opción que tenía entre otras, si las circunstancias lo exigían.

Steve y yo compaginamos perfectamente. Pronto nos encontramos trazando e impulsando nuevas iniciativas de mercadeo. Así como nuestro criterio comercial, se complementaban nuestras personalidades. Nos convertimos en uña y carne, formando rápidamente una amistad auténtica de hermandad. Hermoso y guapo joven que era, de cabello castaño y ojos claros, de gran corazón?y soltero, se la pasaba en nuestra casa, como en familia, especialmente los fines de semana, cuando llegaba con un pastel nuevo de la mano cada vez. Mis hijos lo querían mucho.

Steve tomó cargo de las ventas de las compañías y juntos preparábamos planes y estrategias para impulsar el negocio y hacer dinero. Fue un período de gran dinamismo empresarial y fascinante camaradería entre nosotros. Por un tiempo parecía que el entusiasmo por el comercio me había regresado. Pero el progreso, si acaso, con nuevas marcas se tornó lento y las recompensas económicas necesarias que se esperaban no llegaban con la prontitud deseada. Fue necesario tomar nuevas acciones y abrirnos a oportunidades fuera de lo ordinario para ver si algo nos daba el impulso necesario.?

La oportunidad la dio una oferta de Motta a Steve para que les abriera y manejara el mercado de Cancún cuando este estaba en pleno nacimiento. Steve lo discutió conmigo, y acordamos que sobre los grandes hombros de la institución Motta aprovecharíamos la presencia de Steve en Cancún para desarrollar clientela para lo nuestro. Las posibilidades para el comercio eran tales que decidimos hacer un viaje juntos a Cancún con Judy de asistente para estudiar los potenciales de mercadeo que observaríamos y conocer al hijo de la contraparte mexicana de los Motta quién manejaría junto con Steve las oficinas y la bodega en Cancún.?

Sin la presencia de Steve en Panamá tuve que tomar cargo de nuevo de toda la administración y las ventas de las compañías. Eso no me llamaba para nada la atención. No obstante, diariamente, hacía el esfuerzo de hacer acto de presencia en la oficina y ejercer algo de liderazgo, que mis empleados notaban no era como el de antes.

Un día en Colón, yendo de regreso a casa en mi moto Yamaha Trail de 250cc, con Judy montada en el asiento trasero, se me cruzó de la nada un pelao en bicicleta. Al tratar de esquivarlo, dimos Judy y yo contra el pavimento de la calle. Ella salió ilesa, pero yo quedé con una fisura de fractura en el fémur. El accidente resultó en hito para mi prolongado estado de desánimo y desinterés con el comercio. Me agarré de la escusa de la incapacidad que me recetó el médico para no ir al trabajo. La semana de la ausencia prescrita se tornó en dos y yo la extendí a tres.? En casa hacía lo mínimo de trabajo de gerencia por teléfono. Y cuando al fin regreso a la oficina, en muletas y con el cabello alargado y barba, el encuentro con la puerta de entrada me hizo realizar la fobia que le había cogido a mi trabajo y a todo lo que representaba.

Deprimido y con pierna enyesada, quería permanecer en casa para seguir inmergido en la lectura de filosofías, de las puertas de percepción de Aldous Huxley, Carl Jung, Herman Hesse, Alan Watts, Krishna Murti y otros pensadores de los tiempos que hablaban de los más elevados estados de conciencia que estaban a nuestro alcance con la meditación y ciertas prácticas depuradas de ataduras a lo material y los deseos innecesarios.

Me fue difícil seguir yendo al trabajo. En busca de otros aires que respirar aproveché una invitación a la ciudad de Nueva York de parte del director de mercadeo de Orlane-Jean D?Albret para que habláramos del futuro del mercado de Panamá. Me fui con el yeso y muletas. Ese viaje también resultaría en un hito de cambio, pues regresé más convencido que nunca que ya no me atraía el comercio de artículos de consumo y el insensato apego al fin de hacer dinero.

Para colmo, lo de Cancún no duró mucho.? Un grave error de juicio de parte de Steve terminó con su encarcelamiento en México, y no por algún delito que haya cometido, si no por represalia del socio Mexicano de los Motta quién se había emputado con Steve. Trabajar para los Motta y el Mexicano lo llegó a frustrar tanto que tomó la decisión unilateral de renunciarles para asociarse, en competencia, con un comerciante de la localidad. Los poderosos comerciantes consideraron el acto de Steve una traición. Haciendo uso de sus conexiones políticas en su estado de Yucatán, el Mexicano inició un proceso de acusaciones serias contra Steve de las que no pudo defenderse y terminó en prisión.

Cuando recibí la noticia que había sido encarcelado, me movilicé enseguida para ver como sacarlo de allí?y rápidamente. A como diera lugar tenía que evitarle un encarcelamiento prolongado. El daño personal podía serle inmenso.

Me cité con el Motta que lidiaba directamente con el Mexicano para apelarle, como buen amigo que habíamos sido en un tiempo, que por favor intercediera con su socio mexicano y me ayudara a que soltaran cuanto antes a Steve por razones obvias. A los pocos días viajé, primero a Cancún para conocer y entrevistarme con el comerciante local con que Steve se había infortunadamente asociado. Una vez obtuve algún sentido de lo que se trataba lo penal de su condena, fui en auto a Mérida para entrevistarme personalmente con el Mexicano. Fui dispuesto a ser transparente y franco con él tipo, para ver si lograba de él la compasión necesaria que estaba dispuesto a suplicarle si necesario. Estaba preocupadísimo por Steve.

Me citó en su casa, en realidad su mansión, y antes de verlo tuve que pasar por dos filtros de guarda espaldas quienes me registraron para ver si portaba arma. Nos presentamos y me pidió me sentara en el sofá frente al sillón en que procedió él a sentarse. No recuerdo qué exactamente le dije al tipo, pero recuerdo haberme sentido que tenía mi corazón en mis manos cuando le hablé y le pedí que me hiciera el favor de enviarme a Steve a Panamá. Que el no volvería a México, le daba mi palabra de ello, como se la había dado a mi amigo Motta.

Sin más que hablar sobre el tema de Steve, aproveché unos minutos adicionales para conversar e intercambiar cortesías y exponerle aspectos transparentes de mi personalidad para que se hiciera una mejor idea de con quién estaba realmente lidiando. A los pocos minutos me despedí y regresé a Cancún y de allí directo a Panamá. Más nunca regresé.

A la semana después de mi regreso a Panamá, me llamó el amigo Motta para decirme que habían liberado a Steve y que pronto estaría regresando. Sentí un profundo alivio y solté algunas lágrimas al sentirlo. Poco después llamó el amigo hermano, anunciándome que estaba camino a casa.

No me había sido necesario pagarle un centavo a nadie, y no tuve que hacer uso de abogado alguno ni de terceros en mi mediación con los que tenían que ver con el encarcelamiento de mi querido amigo. La improbabilidad de su temprana liberación me convenció que definitivamente estábamos entrando en la era de Acuario de paz y amor—las dos virtudes de nuestra humanidad de las cuales me había agarrado para rescatar a mi amigo de su peligro.?

Desde un viaje de negocios que hice a las Bahamas unos años antes, me había dispuesto devotamente al cultivo de los principios de la nueva era. Con esos postulados de fondo, lo logrado con Steve reafirmó mi empeño en cambiar mi estilo y propósito de vida. Creía fielmente en que la práctica sincera de virtudes humanistas como las promulgadas por los Hippies y John Lennon, podía lograr lo que nos aparenta ser imposible. En mi caso, fui prueba viviente de que dos personas con propósitos en aparente conflicto encontraran armonía y las bondades del samaritanismo, por voluntad propia. Y no fue alguna creencia religiosa de mi parte que me motivó la fe de que el Mexicano y yo lograríamos entendernos a ese nivel. El optimismo en lo que me había propuesto a tratar de lograr estaba arraigado exclusivamente en la sensatez de los principios filosóficos del movimiento New Age que me inspiraban. Sentía que mi alma y sabiduría estaban bien encaminadas.

Steve me llegó de México con el ánimo abatido y con necesidad de sanear sus prioridades. El ideal que nos había unido y hecho socios en un principio carecía ahora del optimismo necesario para que subsistiera. Aunque procuramos darle arranque a uno que otro proyecto, ya el asunto entre los dos no tenía el brillo de antes. Pero seguimos junto un rato. Yo tenía que estar seguro que se había recuperado lo suficiente de los efectos de su experiencia en prisión y todo ese amargo capítulo de Cancún.

En cuanto a mi, el rechazo que sentía por la actividad empresarial y de la comercialización de mercancía ahora se me hacía más hondo. Encontraba la importancia que se le daba a las marcas de renombre de mercancía frívola y totalmente innecesaria y hasta contraproducente para el verdadero crecimiento y maduración de la persona. Judy sentía igual. Paradójico que era precisamente el mundo socio-económico en que existíamos. El entusiasmo que ya no tenía lo pretendía por verme todavía comprometido con mis obligaciones cómo Director Ejecutivo de las empresas de Jean. Era una encrucijada amarga en la que me sentía atrapado. No me gustaba para nada el trabajo conque me mantenía a mi y a mi familia, pero no tenía idea qué hacer para cambiar la situación. Las tensiones de mi contradictoria existencia se pronunciaron y comencé a sufrir nuevas rachas de depresión.

Todo ese pasado de bruscos arranques hacia nuevos rumbos—mi compulsiva ida a Dallas para no perder a mi amada, el súbito traslado a San Francisco para respirar aires sociales más libres, el adelantado regreso a la patria para acudir el llamado del deber con mi padre—parecía incapaz de aportarme respuestas que resolvieran mi angustia de no saber para donde coger. No tener mi futuro enfocado en un llamado claro, en una meta contundente, comprometido en la conquista de un nuevo horizonte de grandes retos personales, me tenía al punto de la desesperación. Era dado al fuerte trabajo por naturaleza, pero necesitaba el clamar del clarín de la aventura para entregármele con el mismo ahínco con que había manejado los otros cambios bruscos y radicales a que en el pasado me había lanzado.

Todo ese enredo personal interno en que estaba y que había sentido por tanto tiempo, cuajó y encontró al fin su cauce redentor en ese momento de espontánea liberación que sentí en la ducha cuando me redescubrí como artista.? Al encontrar el camino perdido de mi vena artística, los faros de mi futuro que por un tiempo estuvieron apagados, volvieron a dar su luz. Sus fulgores de gracia revelaron el largo sendero de promesa que me esperaba. A partir de ese momento me dediqué al firme propósito de aprender a vivir mi vida como si la estuviera viendo a través del lente creativo, consciente de que su historia se desenvuelve con cada paso dado, y que el grado de su colorido en mi andar por ella, como su protagonista exclusivo, y su desenvolvimiento, dependen de la tónica de mi participación en la película que relatará su transcurso.

 

 

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