5.

 

"Ponte a trabajar."

 

El drásticamente nuevo rumbo que de pronto decidí darle a mi vida en los tempranos setentas, me era virtualmente desconocido. Lo demarcaba una serie de interrogantes para las cuales no tenía respuestas. ?Y ahora qué? ?Por dónde comienzo? ?Cuál es el próximo paso que debo tomar? Y después de tomarlo, ?qué otros le siguen? Estas entre tantas otras derivaban de la espontánea y prácticamente unilateral decisión que había tomado a los 28 años de hacer un borrón y cuenta nueva en la manera en que me ganaría la vida.? Renunciaría a mi trabajo de ejecutivo de empresa para aventurarme al oficio de ser artista. La acción golpearía mi vida con un cambio radical, y afectaría igual de fuerte, sino más, a Judy. Teníamos dos criaturas que criar y mantener.?

 

Desde nuestro regreso a Panamá de California no hubo gran urgencia para que Judy trabajara. Los dos queríamos que se dedicara enteramente a nuestro hogar y a cuidar de Charissa, y ahora también de Derek, el nuevecito de la familia.? Pero ella reconocía lo decidido que estaba yo de echarme a las aguas inciertas de ser pintor, y sabía que ello la obligaría a la inesperada necesidad de buscar empleo.? En el momento de no contar con la seguridad de mi salario de ejecutivo, le iba ser necesario suplementar la economía familiar. Ante todo queríamos mantener a los niños en el caro sistema escolar de la Zona del Canal. No le quedaba otra que ponerse las pilas y prepararse para afrontar el fuerte cambio que también le era de venir a ella.

Judy comprendía el porqué de las razones de mi decisión. El chispazo repentino de claridad que me produjo la decisión de trabajar en el campo del arte acabó con casi cinco años de profundo descontento con mi carrera empresarial y de no saber qué hacer con mi vida si lo dejaba.? Judy notó el alivio inmediato y la seguridad que la decisión había inducido en mi. En ese sentido compartía mi regocijo, pues ella misma obtuvo el ansiado reposo de la angustia que le causaba verme infeliz en mi trabajo.? Pero ella no guardaba falsas ilusiones de que mi cambio de rumbo no traería serios problemas. Que contara yo al fin con la tranquilidad de tener una meta profesional clara para alcanzar y que estaba auténticamente lleno de entusiasmo en perseguirla no le era garantía de que mi éxito como pintor sería un hecho. Haberle encontrado salida así de pronto a la encrucijada en que estuve por años me había llenado de optimismo, pero cuando la euforia amainó días después, las realidades de lo que nos esperaba como familia desencadenó una preocupante incertidumbre en ambos. Ante todo, Judy conocía lo poco preparado que estaba yo y que estábamos los dos para el camino que de pronto ambicionaba yo tomar.

"?Cómo vamos a hacer? ?Sin tu trabajo como pagaremos la empleada, la escuela de los niños? ?Qué voy a hacer yo, si no cursé la universidad para que tu lo hicieras? ?Qué pinturas vas a exhibir, si no tienes ninguna?"

No tenía respuestas convincentes que ofrecerle. ?Cómo podía, si poco sabía cómo responder a las mías? Las discusiones sobre el tema, fueron frecuentes.

 

Yo no disponía de un mapa de ruta o manual de aprendizaje para la profesión de pintor. El recorrido del camino que me sería obligatorio transitar estaba encerrado en una fuerte neblina de inciertos. No me era posible ver muy hacia delante. No había viajado nunca este aventurado trecho de ambición personal. Mi pasado no contaba con el banco de experiencias y lecciones en el cual rebuscar lo que me sería necesario para formular un plan claro a seguir.? Pero lo que sí me era instintivamente lógico y cierto es que a como diera lugar, tenía que tomar algún sentido práctico de cómo hacerle frente a las exigencias de la nueva vida que pretendía llevar. Eso ante todo requería hacer el ajuste mental de que tanto yo, como mi esposa y familia, tendríamos que suscribirnos a vivir un estilo de vida marcadamente diferente al que llevábamos, pues yo no solo deseaba forjarme profesionalmente como pintor, sino también estaba deseoso por vivir la vida de artista, y ella tenía que comenzar en casa, en el cálido centro familiar en que yo existía como pilar central.? Lo que me faltaba era un sentido inmediato de dirección a tomar para aprender como sobrevivir como artista, desde Colón, y seguir cumpliendo con mis responsabilidades de esposo y padre de familia.

Lo que conocía de los artistas de mi lado Villaláz—Sebastián, Anita, Sylvia, Carlos, Matilde y mi madre Ligia—no aludía a que el reconocimiento artístico que obtuvieron les recompensó saludablemente en lo económmico. Al contrario, todos ellos sufrieron problemas de dinero, mas bien, de su escasez. Pero yo sabía, al menos, que artistas y pintores hay que llegan a hacer dinero. ?Acaso no podría yo ser uno de ellos? Para averiguarlo era imprescindible tomar los primeros pasos lógicos. Ante todo tenía que estar seguro de que contaba con el talento prometedor que se hace necesario para tener éxito. Así que de inicio decidí tomar como muestra unos cuatro acuarelas que había pintado en 1968 e hice una cita con Guillermo Trujillo en su apartamento en Panamá para mostrárselas y consultarle mi potencial, si acaso lo tenía. A Guillermo lo había conocido brevemente algunos años antes en una íntima cena en Colón en casa de Helen Breebaart. El esposo de Helen y la esposa de Guillermo trabajaban en C.U.P.F.S.A., Zona Libre, quienes abastecían de perfumería CHANEL a la empresa que yo dirigía. En esa cena me enteré de que Guillermo era un reconocido maestro pintor panameño a quién le iba bien en ventas.

 

[Fin de extracto. Capítulo en proceso de ser escrito.]

 

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